Más de doscientos años después que
Augusto, no sin ayuda de la nieve, descolgara a los cántabros de los riscos y
los instalara en la llanura, grupos dispersos de una de sus tribus - los
Vadinienses- habitaban las montañas y praderas que rodeaban a la antigua
Bérgida, ante cuyos muros se dio la batalla final de la Guerra Cántabra. Un
topónimo menor -Valberga- y un documento de la catedral leonesa - el
llamado Becerro de presentaciones- nos permiten localizar este escenario en el
hoy llamado valle de San Pelayo, entre Liegos y Lois, bajo la alta cumbre de
Burín. La concentración de lápidas vadinienses, que se da en este valle,
magnifica el valor de la prueba toponímica1
Restos de la misma tribu quedaban, en esta época, por los
márgenes del Sella y del Esla, en Asturias y León respectivamente, por no
referirme a otras riberas cercanas del Carrión, Cea, Porma, y Curueño. Las
lápidas vadinienses encontradas en estos lugares, que pueden verse en el
claustro de San Marcos y en algunas colecciones particulares, prueban esta
afirmación. Pues bien, en el citado Valle de San Pelayo, se encontró hace unos
sesenta años una lápida que siempre ha herido mi sensibilidad por la ternura
contenida en su tosco latín: la lápida que Aliomo dedicara a su hija Maisontina
II
Los Cántabros no eran ya el pueblo independiente de los altos
picos, criador y domador de caballos theldones, artífice de la maniobra
militar de caballería llamada cantabricus impetus 2,
terrible saqueador del trigo vacceo... César Augusto los había bajado a las
llanuras e incorporado a la civilización romana. Comenzó así la dispersión del
pueblo cantabro. Por noticias literarias e incripciones de las piedras sabemos
de cantabros alistados en la Legio VII Gemina, en la Legio II Augusta, en la
Legio XX...; de otros que emigraron después a lujares lejanos de la Hispania
romana como Segóbriga, Conínbriga, Tarraco, donde ejercieron cargos políticos o
se enriquecieron como ha ocurrido a algunos emigrantes actuales de la Montaña;
finalmente, sabemos también de algunos grupos que permanecieron en el viejo
solar, pero no como pueblo independiente, sino rodeados por una frontera
militar - el limes hispanicus- que guarnecían cohortes dispersas de la
Legio VII. Continuaban viviendo, sin embargo, con alguna independencia;
conservaban sus costumbres tribales; criaban theldones y extraían minio de
Llorada, vendiendo ambas cosas a los Romanos 3
Aliomo era un vadiniense que , después de servir en la Legio
VII y estar destacado en Numidia, a mediados del s. II, volvió con su exiguo
peculio al solar de sus mayores, junto a la vieja Bergida cuyos restos la
vegetación había devorado. De labios de sus abuelo había escuchado la gesta
heroica y más poderosa era su memoria que el fervor vegetal borrando el rastro
de los viejos muros. Luchaban en su corazón el orgullo cántabro y el largo
servicio bajo la Águilas de Roma, pero, si la victoria fue para la Águilas, más
se debió a su experiencia atesorada por su cabeza canosa que a olvido de la
estirpe. "La vieja Cantabria era un sueño sin retorno - se decía- sólo
presente en los viejos himnos y en la calenturienta imaginación de los más
jóvenes". Su conciencia crepuscular comprendía la grandeza de la Pax Romana
sustituyendo la guerra perpetua, entre las tribus y los pueblos, por relaciones
comerciales entre unos y otros. Por lo menos así pensaba cuando a su solar natal
regresó y tomó mujer de su pueblo.
Su mejor amigo legionario, el signifer Frontón de los
Doidéricos, tardó más en dejar la legión pero también terminó abandonándola y
construyendo una villa en Polvorinos, muy cerca de las estribaciones de Peña
Corada, junto a la aguas del Cea... No era raro que su amigo, rodeando Peña
Corada, remontara las aguas del Astura (el actual Esla) y , en una larga jornada
de su poderoso theldon, viniera a visitarle. Fueron buenos aquellos años. Los
dos amigos, recios y sanos aunque con las cabezas canosas, hablaban de su
estancia en Numidia y de los sueños de los jóvenes con cierta displicencia desde
su experiencia madura. No desdeñaban, sin embargo, el sentarse en los
bancos corridos de la choza comunal para cantar viejos himnos guerreros,
perdiendo le sentido de la realidad con la fuerte cerveza de bellotas de roble y
el ambiente de humo 4
La mujer de Aliomo murió pronto, pero le dejó, como consuelo
de su viudez, la hija más hermosa de los valles del Astura, recta como una vara
de avellano, piadosa con él, con ojos como violetas del bosque, y ligereza
y energía para saltar sobre un theldon. Aunque Aliomo se negó siempre a extraer
el minio, con la cría de los duros corceles iba defendiendo su vida y la de su
hija Maisontina. Hasta los tribunos de la Legio VII miraban con admiración a la
muchacha, cuando amazona en un theldon, acompañaba al viejo legionario cántabro.
Si sus fuerzas menguaban le quedaba la amistad de Frontón y el amor de
Maisontina.
III
A años buenos suceden otros peores o francamente malos. Esto
ocurrió a Aliomo con años de largos inviernos, interminables nevadas y falta de
pasto para sus caballos. Cada vez tenía menos y peores theldones. Cada vez
decrecían más sus fuerzas. Pero le quedaba el milagro de Maisontina sosteniendo
su vejez.
Llegó un invierno, sin embargo, en que la luz desapareció de
los ojos de la muchacha, mientras la tos convulsionaba su pecho y un rosa
distinto teñía sus mejillas. Aliomo ni se atrevía a pensar en la muerte de la
niña que enflaquecía y tosía en la choza cuidándole. Pero murió en la primavera
fría, sin interrumpir con su agonía el sueño ligero del anciano, cuando ya en
los prados brotaba el oro de los narcisos.
Aliomo dejó su entusiasmo por la Paz Romana y, con gusto, se
hubiera sumergido en el humo de la choza comunal, cantando los viejos himnos y
soñando las viejas expediciones hacia el trigo vacceo. Pero como los jóvenes le
despreciaban, considerándole traidor a su pueblo, en la puerta de su choza
transcurrían sus días, meditando el engaño de aquella paz que no había salvado a
su hija, que llevaba hacia Roma el trigo de los vacceos y el vino de los
tartesios, el aceite de la tarraconense y el oro del Sil , los theldones
cántabros y el hierro de los vascones, sin dar apenas nada a cambio. En su
conciencia crepuscular la Paz Romana aparecía como un hermoso sueño, pero, sueño
por sueño, sen quedaba con el viejo de galopar en la noche, para traer a su
choza el trigo vacceo que hubiera salvado a Maisontina. Le abrumaba el corazón
la terrible sospecha de que su hija para alimentar su vida inútil, hubiera
destrozado la propia. Se reprochaba: "Mi egoismo de viejo no quiso advertir la
evidencia".
A mediados de agosto encontró en el río Astura el negro canto
rodado que trasladó hasta su choza de lajas de piedra. Estaba roto en su parte
inferior pero ofrecía superficie bastante para grabar su dolor y recuerdo.
Comenzó grabando con el hierro, el la parte inferior, el theldón de cuello
insolente y orejas enhiestas que montaba Maisontina. Puso despues en cuz las más
hermosas estrellas que se divisaban sobre el valle. Finalmente, ayudado
por su amigo Frontón, que menudeaba sus visitas, grabó su dolor con palabras
latinas:
DMMP
ALIOMUS PARENS
FILIA SUAE PIE
NTISSIMAE MAIS
ONTINI: PM:AN:
XVIII 5
Su traducción castellana despues de desarrollar las
abreviaturas, es ésta: " A los dioses Manes. Un monumento puso Aliomo a su
piadosísima hija Maisontina, de unos dieciocho años (más o menos)".
Murió Aliomo cuando el siguiente noviembre, con sus cierzos,
dejó desnudos los chopos de las vegas. Nadie grabó un lápida a su memoria sobre
el dibujo inciso del theldón, pues Frontón de los Doidéricos, su amigo, siguió
el mismo camino sin retorno unos días después, en su villa de Polvorinos.
Notas del autor
1Por referirme a una obra relativamente
reciente, F. DIEGO SANTOS (Inscripciones romanas en la provincia de León,
206-208) da hasta cinco lápidas vadinienses procedentes de Liegos. Entre ellas
la que da origen a este relato. En cuanto a la localización de Bergida aludida
en el texto, se puede consultar a E. MARTINO, Los
nombres de la conquista, 39-47.
2 Dice Schulten (Los cantabros y astures y
su guerra con Roma, 33) " En tiempo del emperador Adriano se menciona dos
veces la maniobra llamada Cantabricus (impetus); una vez en la
Adlocutio de Adriano (C. VIII, 2532) y otra por Arriano en su Táctica
(cap. XI).
3 La dedicación a la cría de caballos está
acreditada por las mismas lápidas. Los dibujos incisos en las mismas permiten
estudiar los distintos tipos de caballos.
4 Por Estrabón sabemos la dedicación de las
mujeres al cultivo de la tierra y la aficción de los hombres a los himnos
guerreros (Geographica, III, IV, 18), al pugilato y las pruebas
atleticas (G. III, IV, 16) y también sabemos por el mismo autor de la existencia
de asientos corridos en las chozas (G: III, III, 7).
5 Esta lápida se encuentra en el Museo San
Marcos junto con la mayor parte de las lápidas vadinienses. Algunas otras se
encuentran en colecciones particulares, pero todas ellas se pueden ver, además
de en otros libros, en el citado de F.DIEGO SANTOS.
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