ENCUENTRO DE ARSENIO Y SAN PEDRO |
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En un chozo de la Alcudia sobre un lecho de pellejos, rodeado de unos pocos compasivos compañeros que se hallaban poseídos del mayor abatimiento, se iba acabando la vida del pobre pastor Arsenio.
Llevaba ya varios días aquel infeliz enfermo, y se moriría muy pronto según dijo el señor médico. Quiso para prepararse recibir los sacramentos, porque temía la muerte y le asustaba el infierno.
Había el hombre vivido como se vive en el gremio, de apariencias inocentes sin ser malo por completo, pero con ciertos lunares que suele haber en los buenos y había sido muy tuno, con puntas de marrullero.
En esto estaba pensando con harta pena el enfermo cuando un dolor muy agudo en el costado derecho le hizo llevar la mano hacia el lugar del tormento, abrió dos veces la boca de un modo extraño y horrendo quedando sin más ni más, muerto el infeliz Arsenio.
Abrigado con sus mantas sobre las pieles del lecho al abandonar el alma la débil cárcel del cuerpo, en vez de bajar rodando, subió volando hacia el cielo y encontrándose a las puertas con el Apóstol San Pedro que iba cargado de llaves, le dijo, ocultando el miedo:
- “Abra enseguida la puerta el bondadoso portero que vengo algo cansado y traigo grandes deseos de postrarme de rodillas delante del Ser Supremo, para adorarle reverente y ofrecerle mis respetos”.
- “No me parece eso malo”, dijo escamado San Pedro, “pero antes de abrir la puerta vengan esos documentos, que si están en condiciones pronto pasarás adentro”.
Entraron en la oficina sentóse allí el Santo Viejo y poniéndose unos lentes con grandísimo sosiego, dijo (viendo los papeles que presentaba el viajero): - “¡Con que eres pastor hermano! -“Si, lo soy Señor San Pedro, soy pastor y trashumante”.
- “Ahora dime: ¿dónde has muerto?” - “Allá en el valle de Alcudia con todos los sacramentos. Ahí vendrá un certificado junto al pase.” – “¡Ya lo veo! pero no parece limpio, se ven algunos defectos.” - “Ya ve usted lo que se pudo hacer en tan poco tiempo...”
- “Y de atrás ¿cómo has vivido para pretender el cielo?” - “Señor, lo mejor que pude, porque el oficio es tremendo, y si hubo alguna picardía ya la confesé hace tiempo porque ni un año siquiera se me pasó sin hacerlo.”
- “¡Tres... cuatro... cinco años dicen estos documentos!” - “Así será, será cierto, así fue, ya me recuerdo, pero ya ve usted como andamos nosotros allá de tiempo.” - “Si, la disculpa de todos los que van a los infiernos, quieren entrar en la gloria sin guardar los mandamientos.”
- “¿Misas? Dijo repasando el certificado San Pedro con la calva colorada y algo excitados los nervios. ¡El capítulo de misas, casi en blanco por completo!” - “Ya ve usted... allá en Alcudia... sin iglesia, no podemos. Si en la dehesa se pudiera como en el pueblo...”
- “¡En el pueblo! Son muchas, las que has perdido... y no por falta de tiempo. ¡Hay años que da vergüenza! ¿Qué me respondes a esto?” - “Que voy a decir Señor... que son muchas, las que en el año perdemos, y si no hay misericordia yo no sé qué va a ser esto, porque como yo andan muchos de las misas en el pueblo, y en verano...” - “¡Si, vosotros para esto, sois tremendos!”
Y pasando algunas hojas con el ademán muy serio, dijo, mirando al pastor y arrugando el entrecejo: - “¿También pecados de lengua? ¡con que también tú blasfemas!” - “Es que a veces... el ganado...” - “¡Excusas!, ya lo entiendo, esto es lo mismo, lo mismo que decíamos del tiempo.”
Y el buen Apóstol seguía los papeles revolviendo, a veces algo indignado, a veces algo risueño.
De pronto al ver una nota dio un respingo en el asiento: - “¡También contra mí! ¡Estás bueno! ¿Cómo has tratado mi nombre? ¿Cómo has puesto así a San Pedro?” - “La intención nunca fue mala...” - “Pero, ¡coño! Bonito me has puesto.”
- “Pasemos a otro capítulo vamos a ver pensamientos. ¡Qué atrocidad! ¡Qué intenciones! ¡Qué vergüenza! ¡Qué deseos! ¡Qué juicios tan temerarios! ¿Y tú quieres ir al cielo? Corramos sobre estas cosas, para taparlas, un velo, si no quieres ser echado para siempre a los infiernos.”
- “También estará ahí escrito que he sufrido mil desprecios.” - “Aquí vienen apuntados; ¿Y qué pretendes con eso?” - “Que los sufrí con paciencia.” - “¿Con paciencia? ¡Estás bueno! Los sufriste porque no te quedó más remedio.”
- “Y sufrí mil privaciones siempre alegre y contento; y viví como los Santos, solitario en el desierto, y comí el pan muy amargo muy escaso y muy negro porque no hay mayor negrura que andar lejos de tu pueblo y habitar entre los montes lo mismo que los conejos.”
- “¿Y todo esto me cuentas para que yo te abra el cielo? Es asunto algo embrollado, algo confuso, lo siento... Quebrantaste de la Iglesia varios de sus mandamientos, como si no te obligaran, un abandono completo. ¡Ah! Y también te has olvidado algunos de sus preceptos. ¿Cuántas veces ayunaste?”
- “ Ayuné... el año entero, ayuné toda la vida, como los padres del yermo. El ayuno y la abstinencia para mí fueron perpetuos.” - “¿Piensas tú que la abstinencia consiste en tragar corderos? Puesto que te arrepentiste en los últimos momentos, ¿Por qué así te arrepentiste si eras tan recto y tan bueno? ¡Vete, vete al Purgatorio y allí verás lo que es bueno de que te encuentres metido en aquel lago de fuego; porque has de saber, hermano, que para entrar en el cielo has de estar limpio del todo, pero limpio por completo.”
Quedó triste, anonadado y algo pensativo Arsenio no sabiendo si salirse viendo ya perdido el pleito o dar el último ataque al ya amoscado llavero. Conmovidas sus entrañas y en un arranque postrero, habló así, con mucha pausa y conmovido acento:
- “Aquí traigo una medalla de la Virgen de mi pueblo a quien en vida recé pidiendo su valimiento y en la hora de mi muerte para este triste momento. Si usted hiciera el favor de ir a la Reina del Cielo y decirle de mi parte sin ambages, ni rodeos, las ansias que estoy pasando y el apuro en que me veo, vendría, seguramente, a prestarme su consuelo, porque sé que a los pastores tiene ella especial afecto, desde la noche famosa en que el Rey mismo del Cielo nació pobre en un establo y a consolarle vinieron solamente unos pastores. ¿Qué le parece a usted eso?”
Sonrióse dulcemente al ver la ocurrencia el viejo, y dijo, levantándose con el semblante risueño: - “Si voy allá, de seguro mandará que pases dentro porque me tiene advertido que abra la puerta al momento cuando algún pastor se presente si es un pastor... vamos, bueno. Y sé que ha dicho a los ángeles que la sirven en el cielo, que cuiden de los pastores y cuando alguno esté enfermo, avisen para mandar a su Hijo, les dé tiempo, para poder confesarse y librarse del infierno.”
“Mientras yo voy allá, tú, en este cuarto pequeño, en un baño de agua tibia, vas limpiando tus defectos hasta que quedes más limpio que la luz del firmamento, para poder presentarte delante del Ser Supremo.”
Y mientras entraba el Apóstol en un saloncito bello donde se oían rumores de dulcísimo contento, el buen pastor en el baño se ponía como nuevo. Cuando acabó de limpiarse ya le esperaba San Pedro y siguiéndole al instante con un ángel a un ropero, vestido de blanca túnica, entró el pastor en el cielo.
Se supo después más tarde que había dicho el portero, que si no acude la Virgen, en sus apuros, Arsenio no hubiera entrado en la Gloria con aquellos documentos. ¡Y encontró aquella chiripa por la Virgen de su pueblo!
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Agradecemos a
Julián Diez su amable colaboración al proporcionarnos
estas simpáticas coplas. Desconocemos el nombre de su autor. Julián
las escuchó recitar hace muchos años en su pueblo natal,
Prioro, y desde entonces, las ha conservado. Hoy las
rescatamos del baúl de los recuerdos. La Voz de Salamón Nº 12. Año 2005. |