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Labores Tradicionales
Hacer la colada
La ropa blanca a falta de lejía, después de enjabonada con ese jabón casero que hacían en las casas y darle un “enjuague” en el río se ponía en un “pozal” o “escreño” bien colocada y cubierta por un lienzo reservado para tal fin, (tenia un nombre ese lienzo que no recuerdo y es una asignatura pendiente que tengo).
En una caldera se ponía agua al fuego con una cantidad de “cernada” (ceniza) bien “cernida” para que no contenga carbones, cuando el agua estaba casi a punto de hervir se vertía sobre la ropa y las impurezas quedaban en el lienzo que se retiraba. Se dejaba la ropa en remojo un tiempo “hasta que monde” decían, se frotaba y a aclarar al río.
Otra forma de blanqueo es enjabonar la ropa blanca con jabón neutro (no tenemos el de nuestras abuelas) y poner al verde, manteniendo la ropa siempre húmeda mediante riegos, ¡que blancura toma! no hay nada mejor para mantener inmaculado ese ajuar de blancas sabanas que reposan su antigüedad en nuestros armarios.
Después un aclarado en agua con “azulete”, “añil” o como se le llamaría en los distintos lugares y los “tendales” brillaban de limpios, ¿será que me estoy haciendo vieja o será la añoranza de la tierra que me hace recordar las costumbres de las abuelas?.
Investigando para la forma del cultivo del lino cosa que yo no conocí y tuve que echar mano de los libros, me encontré con que para dar al lino su color blanco también se usaba la cernada: Esas madejas se empapan en una pasta hecha con agua y ceniza y se introducen en cestos de mimbre, para meterlas a continuación a cocer en un horno caliente durante toda una noche. Al sacar las madejas del horno se lavan muy bien para limpiar la pasta de ceniza de la que estaban impregnadas. Una vez limpias las madejas se secan al sol para que el lino blanquee, a este procedimiento se le llama “curar el lino”.
Saludos y espero que os parezcan interesante las costumbres de nuestra tierra.
La trilla
“El bieldo”: Especie de orca de diente plano de unos 30 centímetros de largo, de listones semi puntiagudos, mangada en un palo largo. Se utilizaba para aventar el grano de la parva y separarlo de la paja.
“La bielda”: Es una herramienta muy parecida al bieldo, se diferencia en que esta tiene seis o siete púas, son mas anchas y tiene dos palos travesados formando una rejilla por el mango arriba. Se utiliza para recoger la paja ya trillada y almacenarla en el pajar.
“El gario”: Es similar a los anteriores, con las púas mas finas y que sirve también para la recogida de la paja.
Inserto un retazo de lo que tengo para el libro, espero os guste.
LA ERA:
En los cálidos días de Agosto, comienzan las tierras a adquirir tonalidades de oro viejo, es el momento de coger las hoces y segar su preciado fruto. Se siega el trigo, la corricasa, el centeno y la cebada, según se siega se van colocando las gavillas para formar los haces, se sujetan con los ataderos que previamente se hicieron con la paja del centeno reservada para tal fin en el año anterior, descansan los haces en círculos dorados sobre el redondel de la era, tenemos la trilla echada. Los que se han de trillar mañana descansan en circulares “morenas”.
Anteriormente hay que preparar la era, se riega bien y se “rapa” con la guadaña, bien a ras de tierra, se aprieta y “apisona” para que al barrer la trilla no se desprenda la tierra entre el grano, se barre a fondo con el “baleo” y ya la tenemos dispuesta para la trilla.
Una gran actividad empieza a notarse en torno a las eras. Las gentes, llegan con sus parejas de vacas; van uncidas con su yugo de argollas para llevarlas hasta los trillos de madera, que con sus 3.000 afilados dientes de piedra de pedernal, esperan el momento de que estas sean enganchadas a él para comenzar su trabajo. Bajo el carro y a la sombra, el botijo de fino barro con agua fresca; y la bota, con vino tinto, para calmar la sed. Algunos perros perezosos y adormilados por el calor, toman posiciones bajo los carros para vigilar tan preciado tesoro, (son los que mejor disfrutan de esta faena).
Las parejas de vacas, comienzan a caminar por los círculos dorados arrastrando el pesado trillo y al trillador que, sentado en un viejo taburete de madera y enfundado hasta los dientes para protegerse del polvo, dan lánguidas vueltas bajo el calor de la mañana y el polvo de la paja que comienza a triturarse; en la cabeza, el sombrero de ancha ala le defiende del sol que, juguetón, también da vueltas a su alrededor, ojo avizor por si la vaca piensa hacer sus necesidades y hay que recogerlas en una pala o caldero para tal fin, (no te despistes y caiga en la trilla que la regañina no te la salva nadie, por que hay que recogerla y siempre se pierden granos adheridos a la boñiga). Los demás componentes de la familia van dando vueltas a la trilla con las horcas y garios, los rapaces dormitan con la monotonía del trillo, sentados para hacer peso.
Después de innumerables vueltas, por fin la paja está desmenuzada, molida y el rubio trigo se encuentra liberado de su envoltura. El rastro, el “gario” y el “baleo”, se encargan de formar la “parva” en el centro del círculo de la trilla. La mirada de las gentes está pendiente del norte esperando que el viento llegue para poder “aventar” y limpiar el trigo. A la caída del sol, una suave brisa llega tranquila a la era; los “bieldos” comienzan a lanzar hacia lo alto la paja y el trigo; la brisa, con fuerte olor a paja seca, se lleva ésta lejos dejando en libertad el trigo, en estos momentos todas las manos valen, cada uno con la herramienta apropiada a su tamaño, la cuestión es lanzar al alto la paja. Las mujeres, con los “cribos” al viento, hacen que desaparezca la paja fina y las impurezas que han quedado con el grano, ya está definitivamente limpio. Las “medias fanegas” y los “celemines” de noble madera y años de fieles medidas esperan pacientes en un rincón la llegada del trigo para la medición y guardarlo en los blancos “costales” de lino.
Tendremos que esperar la llegada de un nuevo día, para que las gentes regresen de nuevo y la era recobre su actividad, y se pueble de ruidos y alegres risas, unas veces se trillan los arbejos, también las exquisitas lentejas; otras veces se maja el centeno, así un día y otro hasta terminar con la trilla, entonces se recoge la paja molida al pajar para el alimento de los animales, las “argañas” de los arbejos y lentejas que son muy nutritivas para los piensos y los haces de la paja del centeno se recogen para la fabricación de sombreros, capazos para llevar la merienda al prao o se reservan para techar los tejados de paja y para hacer los ataderos para la siguiente cosecha, se guardan las mantas traperas y las de tosco lino a cuadros blancos y negros, se recogen los trillos y cribos.
Esto son todo recuerdos y añoranzas de otros tiempos pues ya no se usan los capazos, ni los tejados son de paja, ni se hacen los sombreros, ni se trilla en las eras; todo queda en el recuerdo de los que lo vivimos y en estas paginas para que podáis conocerlo.
La siega
L A YERBA:
El mes de Julio; el mes de trabajo de verdad en la montaña, pues se recoge la hierba, su principal cosecha, para la alimentación del ganado en invierno.
Aparecen los aperos de aquella importantísima faena de labranza montañesa saliendo a relucir herramientas hechas de maderas de nuestros montes, que en el invierno los hombres en la cocina desbastaron esa madera e hicieron desde el sencillo rastro hasta el complicado carro, (este por supuesto se hacia en la portalada) nuestros hombres eran muy apañaos y desde rapaces les enseñaban a hacer estos aperos, su universidad eran las largas hilas en el invierno.
Se solían contratar segadores asturianos, que venían con su guadaña al hombro, sus “yerros” y su “gachapa”. Estos segadores, más los de casa y se comenzaba la siega, se les ponía el astil a las guadañas, se las picaba y afilaba bien, se preparaba la piedra y la gachapa, y al prao a segar. Allí era donde se demostraba la fuerza y la agilidad. A ver quién hacía el marallo mayor, quién segaba más bajo sin trasquilones, quién cortaba más limpio y quién acababa antes, todo esto entre cánticos Asturianos y buen humor. Y acabado un marallo venía otro y otro; cada cinco minutos una parada y un afilar rápido de la guadaña, un trago de la barrila y vuelta a seguir, sonaban las piedras contra el filo de las guadañas con una sintonía de notas que alegraban los valles con su música.
Se iba a segar por la mañana, muy temprano; con la parva de orujo y pan recién tomada, sobre las ocho se llevaba el almuerzo a los trabajadores, y continuaba la tarea; el almuerzo solía consistir en patatas con costillas de la matanza y lomo de lo que se guarda en la hoya con aceite, o tortilla del segador, hecha con patata, lomo y chorizo. A mediodía se volvía a casa a comer y descansar y hasta dormir un poco la siesta.
LA SIEGA CON LA HOZ:
Cuando comienza el mes de Agosto las tierras de cereales resplandecen con doradas tonalidades, las espigas inclinan su esbeltez rendidas ante un sol placentero que las fue acariciando cada día, sumisas, rindiendo pleitesía y augurando el final de su ciclo de vida; es en este momento cuando se preparan las hoces, se les pasa una “pelleja de tocino” por su filo y con ellas al hombro nos encaminamos a los rubios trigales, se retuercen las pajas del centeno reservado el año anterior para hacer los ataderos y colocados en manojos los tenemos dispuestos para dar el cálido abrazo a los haces del trigo, invitándoles a llegar a las eras e inundarlas con su dorada presencia. Con las primeras luces de la mañana comienza la procesión de gentes dispuestas a la siega, todos al mismo “pao” como es la costumbre.
Dobla el riñón el sufrido segador, también le acompañan segadoras, incluso rapaces, todos hacen falta para esta faena, todas las manos son pocas para que las doradas espigas sean recogidas a tiempo y no pierdan sus preciados granos. Van cayendo las espigas unas tras otras acariciadas por la mano áspera y firme del segador y el filo de su hoz.
El bamboleante trigal mecido por la brisa va formando filas de gavillas que reposan en el suelo en espera del abrazo que forme los haces y los traslade a la era, donde la espiga soltará su preciado tesoro, el grano.
Así uno y otro día van cayendo bajo la mano firme del segador y su hoz, el trigo, la corricasa, el centeno, el centenico y la cebada. Son “arrozadas” (arrancadas) de la tierra que les dio vida las lentejas, los arbejos, los guisantes, las habonas y los garbanzos.
Al final se paseaban las tierras espigando, recogiendo las espigas que se quedaban despistadas, no se podía perder nada, este fue un momento de la faena recordado y plasmado por los pintores y los poetas que dieron gloria a las humildes espigadoras.
¿Quien siendo un rapaz no probó en sus carnes el filo de la hoz? Todos tenemos en el dedo meñique de la mano izquierda la señal de esa hoz que comenzábamos a manejar, unos por golismeros y probar a escondidas por que ya nos considerábamos mayores y otros por aprender su manejo en su debido tiempo pero con la total inexperiencia.
Todavía retengo en la memoria de cuando era chavala el día ocho de agosto, día idóneo según mis padres para ir a arrozar (arrancar) lentejas, llegabas a la tierra con la resaca de las fiestas de los días anteriores, te acostabas después de la verbena y tenias que madrugar para antes de dar el sol tenerlas arrozadas “para que las vainas no abrieran la boca”, decían. No veías las lentejas, los surcos eran terriblemente largos y el suelo estaba mas bajo que nunca, ¡que calvario!
Caminabas como sonámbulo a la tierra de la Hocica o el Ontrón, a las Arenas o la que fuere al llegar a la tierra cada uno cogíamos un surco, los padres nos sacaban surco y medio de ventaja, de vez en cuando encontrabas en tu surco un tramo ya arrancado y entonces avanzabas triunfante, pobres padres, sacaban su tarea y la nuestra pero tu estabas ahí con un sueño endiablado y cumpliendo con tu deber, era la época de la trilla y todos teníamos que aportar nuestro trabajo.
Esta es una dura faena pero realizada con satisfacción y alegría, viendo como nuestras despensas se van llenando, preparadas para afrontar el largo y frío invierno.
todo esto son retazos de mi trabajo de investigación.