MAIMONES

No se si era a finales de enero o quizá fuera poco después de las últimas nevadas, allá por el mes de marzo. Y tampoco recuerdo si los vi yo primero o fuiste tú quien cortó de golpe la conversación reclamando mi atención sobre aquellos animales, torpes, feos, desagradables que reptaban simultáneamente con sus patas traseras mientras que las delanteras las utilizaban para dar saltos. Aquella fue la primera vez que los ví, pero no los olvidaría jamás

Tampoco me acerqué a ellos,   oscuros, silenciosos, con forma indefinible, parecían formar parte de una misma familia. Quizá la última familia.

Avanzaban en hilera detrás del que parecía ser el jefe. Éste iba el primero, elegía los caminos, salvaba los obstáculos, era de mayor tamaño que los otros y su aspecto más amenazador. Sin embargo no nos miraban, pasaban por delante de nosotros dando muestras de indiferencia.

Yo sabía que eran maimones, se lo había oído contar mil veces a mi abuelo en aquellas largas noches de invierno en que se juntaba toda la familia junto a la lumbre. Mi abuelo sabía innumerables historias que yo escuchaba sentado en sus rodillas o tumbado en la trébede hasta que me quedaba dormido y mi madre me llevaba a la cama.

Aquellas historias  que hablaban de la dureza de su caparazón, de la dificultad que cualquiera tendría para acabar con ellos, de su fiereza que obligaba siempre a tratarlos a "porracazos", no fuera que llegaran a morderte.Pero sobre todo, recuerdo cuando me hablaba de su carne blanca, limpia, de un sabor distinto y especial que no se parecía a ninguno de las que pudiera haber probado nunca.

Pero en aquel momento, viendolos desfilar ante mí sólo me  venían a la cabeza las palabras de mi madre en la noche en que me iban a "pasar a mozo" : ..." que no te engañen, que los maimones no existen."

Aquella visión y aquellas proféticas palabras rondarían mis pensamientos durante numerosas noches hasta que cierto día de primavera en el me había acercado al río buscando vilortas, volví a verlos. Eran los mismos y llevaban el rumbo contrario al de la primera y última vez que los había visto. El grupo era menos numeroso y todos ellos presentaban peor aspecto, pero no me cupo la menor duda de que existían y yo los había visto.

Tras comprobar mi certero pensamiento bajé al pueblo y fui anunciando mi hallazgo a todo el que encontraba en el camino.

En un solo día había pasado de persona normal a " tonto-el-pueblo". Desde entonces sigo creyendo en los maimones pero me cuido muy bien de decirlo.

LA VOZ DE SALAMÓN Nº 2 - II época-  (1992)